La cría del gusano de seda parece sencilla: una caja limpia, hojas de morera y paciencia. Quien haya pasado una temporada cuidándolos sabe que hay detalles que marcan la diferencia entre un ciclo tranquilo y una ola de bajas inmediatamente antes de la hilada. La nutrición, en particular, concentra la mayoría de aciertos y tropiezos. Acá reúno lo que he aprendido a base de práctica, visitas a pequeños criadores y ciertos fiascos con lotes enteros. Verás qué comen los vermes de seda en todos y cada etapa, de qué forma manejar la humedad y el ritmo de las tomas, y en qué momentos es conveniente ponerse estricto.
Lo que realmente comen: de la morera fresca a los regímenes estabilizadas
Que comen los vermes de seda es una pregunta con doble contestación. La opción tradicional y más difundida es la hoja de morera, sobre todo de Morus alba. Es la que mejor aprovechan y con la que se logra una seda blanca, uniforme, apreciada desde hace siglos. En zonas donde escasea la morera, ciertos criadores recurren a Morus nigra o híbridos, con resultados admisibles, aunque el desarrollo suele ser algo más lento y el tono del capullo puede cambiar.
Existe además una línea de trabajo con dietas artificiales. Son piensos aglutinados que combinan polvo de morera, proteínas vegetales, vitaminas y agentes gelificantes. Las emplean criadores que precisan continuidad cuando la morera no brota o cuando manejan volúmenes grandes bajo entorno controlado. Funcionan bien si se respetan las indicaciones, mas no son un atajo mágico: la textura, el corte en pedazos y la hidratación importan tanto como el ingrediente.
Una observación práctica: cuando hay morera tierna, es conveniente priorizarla. La reacción de los gusanos a una hoja recién cortada, sin mustiedad ni máculas, se nota en el ruido de masticación y el gusanos de seda avance parejo. Los regímenes artificiales son una red de seguridad útil, sobre todo en fases tempranas y climas impredecibles.
Fases del desarrollo y apetito cambiante
El verme de seda atraviesa cinco estadios o ínstar entre la eclosión y la hilada. En cada uno de ellos, el aparato bucal, la velocidad de digestión y la sensibilidad a hongos cambian, y con esto la estrategia de alimentación.
En el primer ínstar, las larvas semejan filamentos con cabeza. Recién salidas del huevo, no pueden con hojas enteras. Les sirven tiras finísimas o picado de brotes tiernos, prácticamente como una guarnición. Acá pesa más la frecuencia que la cantidad: pequeñas raciones, limpias y muy frescas. Las hojas grandes pueden machacarlas sin querer y se mustian antes de ser consumidas.
En el segundo y tercer ínstar, la boca gana fuerza y admiten hojas jóvenes cortadas en cuadrados chicos. Aún así, la humedad amontonada es el oponente sigiloso. Si las hojas vienen con gotas, se multiplican los hongos y aparecen diarreas, que delatan heces blandas y olor rancio en la caja. Secar superficialmente las hojas con un paño o dejarlas ventilar unos minutos ayuda.
El cuarto ínstar es el tramo de mayor crecimiento. Aquí los vermes comen con ansiedad y vacían bandejas. Muchos cuidadores se confían y aumentan raciones sin renovar sustratos ni retirar restos. Ahí se acumulan capas de hojas semi comidas que fermentan. Mejor alimentar más veces al día con porciones ajustadas que una sola montaña por la mañana. También es el momento de observar homogeneidad: si una fracción del lote medra más veloz, ajusta la densidad por bandeja a fin de que los atrasados no queden debajo, con menos aire y peor acceso a comida.
El quinto ínstar precede a la hilada. El consumo se dispara, luego cae de golpe cuando el verme busca una esquina para preparar el capullo. Dar morera muy madura, coriácea, en este tramo, ralentiza. La hoja ideal cruje al partirla, no gotea y se dobla sin quebrarse. Cuanto más pareja sea esta etapa, más uniformes serán los capullos, algo que se aprecia al tejer.
Recolección de morera sin sorpresas
Quien tiene un ética en el patio conoce el ritmo: brotes abundantes a comienzos de primavera, hojas robustas en verano y un declive ya antes de caer. Lo que no siempre se controla son los tratamientos fitosanitarios próximos. La morera lindante a frutales pulverizados con insecticidas sistémicos puede transformarse en una trampa. Más de un criador perdió un lote por cortar hojas de un borde de finca tratado la semana precedente. La regla práctica: si no conoces el manejo del árbol, no lo uses. Y si el árbol es tuyo, evita productos sistémicos durante toda la temporada de cría.
Corta temprano, con el sol bajo. La hoja aguanta mejor el transporte y llega fresca. En días de calor, una cesta aireada y sombra son obligatorios. Nada de bolsas plásticas cerradas que sudan; en media hora vas a tener un bloque caliente, medio cocido. A la llegada, sacude polvo y visitantes, y si hubo rocío, deja las hojas extendidas en una superficie limpia a fin de que pierdan el exceso de agua.
He visto buenas prácticas con una nevera dedicada. Hojas envueltas en paños, sin aplastarlas, pueden guardarse uno o un par de días. Más tiempo degrada aromas y textura. Es preferible recortar frecuentemente que depender de reservas grandes.
El error de la humedad atrapada
Por cada exceso de ración que he visto, hay dos casos de humedad mal gestionada. La combinación hoja húmeda, sustrato orgánico y temperatura suave es idónea para mohos. La señal temprana aparece en el borde de la bandeja: máculas blanquecinas en puntitos. Si no se corrige, llegan las bajas.
Alimentar justo después de regar la morera asimismo trae problemas. La hoja cargada de agua se colapsa en la caja y se queja a los gusanos. Pausas breves de ventilación ya antes de ofrecerla asisten. Un ventilador suave, sin apuntar directamente a las larvas, sostiene aire en movimiento. Evitar corrientes frías es igualmente importante, sobre todo en los primeros ínstares, donde un golpe de aire fuera de tiempo frena el hambre.
El papel secante o un lecho fino de papel de cocina bajo las hojas recolecta humedad y heces, y facilita la limpieza. Cambiarlo regularmente, sin sacudir sobre los vermes, es una de esas rutinas que no se lucen pero ahorran disgustos.
Cortes y tamaños: adaptar la hoja al gusano
El despiece de la hoja marca la diferencia, sobre todo al comienzo. Hojas picadas demasiado finas en el cuarto ínstar generan más manipulación, más restos, más tiempo con manos en la bandeja. En el primer ínstar, en cambio, las tiras microscópicas abren el apetito y evitan que las larvas mueran por falta de acceso. He visto lotes enteros prosperar con un simple cambio de tijera a cuchillo bien afilado para lograr cortes limpios que no exprimen jugos.
Hay quien ofrece enteras las hojas medianas a partir del tercer ínstar. Funciona si la densidad es baja y el lote está parejo. En densidades altas, las hojas colocadas en capas producen zonas muertas debajo, donde se pudre lo no consumido. Un solo nivel de hojas por toma, con reposición cuando aparece el “esqueleto” de nervaduras, sostiene el ritmo.
Frecuencia y cantidad: ni buffet, ni dieta
El patrón de alimentación cambia con el tiempo. En primavera fresca, tres tomas al día sostienen bien a un lote mediano. En verano, con desarrollo acelerado, 4 o 5 tomas ligeras marchan mejor. El cálculo de cantidad se afina con la vista, mas unos rangos orientan: en cuarto ínstar, un kilo de hoja fresca acostumbra a nutrir de ochocientos a mil doscientos gusanos, conforme variedad y humedad de la hoja. En quinto, la cantidad sube y conviene tener el doble a mano para no quedarse corto.
Conviene aprender a leer el silencio. Cuando la caja queda apacible, sin ese crujido suave de boca, y hay hoja sin tocar, tal vez la ración fue excesiva o la hoja perdió atractivo. La morera fatigada, recogida tarde, huele plano y se seca en la superficie. Cambiar a un nuevo corte reactiva el interés. Forzar a que acaben restos viejos por “no desperdiciar” suele salir costoso en sanidad.
Transiciones con dietas artificiales
La dieta estabilizada útil no se improvisa un día de lluvia por primera vez. Ensayar con una fracción del lote cuando la morera abunda te da margen para encontrar la textura correcta. El gel debe cortar limpio, sin desmigajarse, y ofrecerse en cubitos que no aplasten larvas pequeñas. Un error común es hidratar de más y conseguir una pasta pegajosa que mancha y fermenta. Otro, lo contrario: una pieza reseca que no apetece.
Hibridar la nutrición, alternando morera y dieta, funciona mejor que saltar de golpe. Dos tomas con hoja y una con cubitos a lo largo de un par de días permiten que las larvas reconozcan el olor y la textura. La homogeneidad del lote se resiente menos con esta aproximación escalonada.
Densidad por bandeja y acceso a la comida
El alimento puede ser perfecto y aun así no llegar a todos. La distribución en la bandeja importa. En los primeros ínstares, un área de diez por diez centímetros puede albergar sin problemas cien a 150 larvas si se reparte la comida como alfombra fina. En cuarto y quinto, esa cifra baja de forma drástica; es mejor ampliar superficie o dividir en varias bandejas.
He visto bandejas que semejan huertos bien pensados: zonas de hoja reciente, clara, y vacíos donde se apilan heces que se retiran con pinzas o papel. Ese orden fijo deja a los gusanos “aprender” dónde se encuentra el alimento y reduce pisoteos y pérdidas por ahoga bajo capas húmedas.
Señales de inconvenientes alimentarios
El gusano de seda habla con su postura y con sus heces. Heces sueltas, verdosas y brillantes, apuntan a hoja demasiado húmeda o deteriorada. Heces pequeñas, escasas y duras señalan deshidratación o raciones cortas. Un verme que levanta la cabeza y se arquea, inmóvil, puede estar cercano a la muda. Forzarlo con comida en ese instante no suma: prefieren ayunar ya antes de mudar de piel. Deja un espacio limpio sin raciones para los mudadores, y nutre alrededor a los que aún comen.
El mal fragancia, más ácido o agrio que el fragancia verde característico de la morera, informa de fermentación. Romper la rutina y hacer una limpieza a fondo cuando ese olor aparece salva lotes. Retira capas, ventila y ofrece una ración pequeña y muy fresca para reiniciar.
Historia y cultura: por qué seguimos afinando la alimentación
La historia vermes de seda no es lineal. A lo largo de siglos, familias en China y después en el Mediterráneo ajustaron prácticas de nutrición en contestación a estaciones y variedades de morera. En ciertos pueblos italianos se prefería cortar ramas completas y colgarlas sobre bastidores a fin de que los vermes subieran y comieran de forma directa, lo que reducía manipulación y humedad. En España, sobre todo en Valencia y Murcia, se desarrolló una selección de morales con brotaciones escalonadas para aprovisionar las tomas de abril a junio sin baches. Esos trucos, hoy, conviven con termómetros digitales y mallas antimosquito. La esencia se mantiene: hoja de calidad, buen aire y ritmo incesante.
Comprender ese trasfondo cultural ayuda a admitir la variabilidad. No hay una única receta. En años secos, la hoja adelgaza y solicita raciones más usuales. Tras lluvias, engorda de agua y obliga a secar mejor. Los métodos tradicionales te enseñan a percibir la hoja tanto como al verme.
Beneficios de los gusanos de seda más allá del capullo
Quien cría por primera vez lo hace por curiosidad o por recobrar una tradición. Después aparecen beneficios de los gusanos de seda menos obvios. La seda es el producto estrella, claro, con capullos que pesan entre 1,5 y dos con cinco gramos según línea y dieta. Mas el proceso educativo para niños y adultos vale tanto como el hilo: observar metamorfosis, aceptar rutinas de cuidado, leer señales mínimas.
Para pequeños productores, una alimentación bien gestionada reduce el porcentaje de capullos defectuosos, esos con doble cámara o hebras cortas que entorpecen el devanado. Para quien trabaja con mariposas adultas en educación ambiental, una cría sana merced a una alimentación limpia consigue puestas regulares y huevos viables, cerrando el ciclo sin comprar siempre y en toda circunstancia nuevos lotes.
Incluso los desechos tienen destino. Las heces secas, libres de moho, se incorporan como abono suave. Nada espectacular, mas en huertos urbanos se agradece. Y para quienes buscan información sobre gusanos de seda con fines científicos, una dieta controlada quita ruido a los ensayos.
Mitos recurrentes que llevan a errores
Hay ideas que retornan cada temporada. Ninguna resiste la prueba del día a día.
- “Pueden comer lechuga si falta morera.” La lechuga aporta agua y poco más, y fomentará diarreas. Si no hay morera, mejor detener la cría o utilizar dieta estabilizada. “Cuanta más hoja, mejor.” El exceso no solo se desperdicia, también enferma. Mejor raciones ajustadas y frecuentes. “La morera negra engorda más.” El rendimiento depende más del estado de la hoja que de la especie. Morus alba, normalmente, sigue siendo lo más eficiente. “Las dietas artificiales son para profesionales, a un apasionado no le sirven.” Al revés, pueden salvar lotes pequeños en semanas de lluvia si se aplican con criterio. “Si dejaron de comer, es que enfermaron.” En mudas y prehilado reducen la ingesta de forma natural. Observar el brillo de la piel y la postura ayuda a distinguir.
Higiene y manejo cerca de la comida
La comida no actúa sola. Las manos, las bandejas, el entorno, todo influye. Lavarse las manos ya antes de cada toma evita transferir aceites o residuos. Evitar perfumes o cremas fuertes asimismo. Las bandejas de plástico llano se limpian mejor que las de madera, aunque estas últimas respiran más y moderan humedad. Cada criador escoge con sus prioridades. Yo alterno: plástico para primeros ínstares, más simples de desinficionar, y una base porosa en cuarto y quinto, con papel renovable encima.
Las herramientas importan. Tijeras afiladas para cortes limpios, un paño de algodón para secar hojas si hace falta, pinzas anchas para retirar restos sin aplastar. Un calendario simple en la pared, donde anotar mudas y cambios de apetito, pone contexto a cada resolución.
Errores de novato que se aprenden rápido
Hay tropiezos que casi todos cometemos. El primero, dejar las hojas en contacto con el suelo al recolectar. Un segundo en tierra húmeda es suficiente para cargar de esporas lo que después lamentamos. Otro, agitar con entusiasmo las bandejas para “ordenar” los gusanos y repartir el alimento. El agobio amontonado se nota en paradas de crecimiento.
También es común mezclar lotes de edades diferentes para “aprovechar espacio”. Esto descompensa el ritmo de tomas: unos desean comer, otros mudar. Separar por ínstares evita improvisar. Y algo que aprendí a la mala: no ofrecer hoja con bordes mordidos por orugas silvestres. Esas marcas acostumbran a venir con huevos o patógenos asociados.
Ajustes finos según tiempo y habitación
La nutrición dialoga con temperatura y ventilación. A 24 a veintiseis grados, con humedad relativa entre sesenta y setenta por ciento, el consumo es eficaz. En habitaciones muy secas, la hoja se acartona y pierden interés, por lo que resulta conveniente ofrecer raciones más pequeñas y frecuentes. En ambientes muy húmedos, a la inversa, prioriza aire en movimiento y hojas bien escurridas.
La luz no es clave para comer, pero influye en la actividad. Una penumbra suave mantiene el comportamiento regular. Evita sol directo sobre bandejas con hoja reciente, que recalienta y marchita.
Cuándo parar de alimentar ya antes de la hilada
Hay un instante, en quinto ínstar, en que lo mejor que puedes hacer es dejar de insistir. Los gusanos que han “subido” a buscar esquinas y muestran trasparencia lateral están ya listos para la hilada. Seguir poniendo hoja sobre ellos los obliga a desplazarse y retrasan el proceso. Mejor ofrecer estructuras de hilado, con espacios de uno a dos centímetros, y dejar comida solo en una zona para quienes aún comen. En 24 a cuarenta y ocho horas, la mayor parte va a haber tomado su resolución. Unificar esta transición te regala capullos más regulares.
Recursos y aprendizaje continuo
La información sobre gusanos de seda circula en foros de discusión, asociaciones locales y mercados donde aún se vende morera. Ver cómo trabaja quien lleva décadas con la especie vale más que diez manuales. Aun así, anota tus propios datos. Cada temporada trae matices, y la alimentación, con todos sus detalles, es un trabajo de memoria. Qué árbol dio mejores hojas, qué días funcionaron cuatro tomas, qué lote respondió mal a una dieta determinada. Esa bitácora se transforma en tu mapa para la próxima crianza.
Cuidar la nutrición es admitir la coreografía entre hoja, clima y verme. No se trata de fórmulas recias, sino más bien de ajustar diariamente con observación y calma. Cuando ese crujido suave llena la habitación y las bandejas huelen a verde limpio, sabes que vas bien encaminado.